29 de agosto, a 121 años del Primer Congreso Sionista

29/Ago/2018

Por Joao Koatz Miragaya, para La Agencia Judía para Israel (2017)

29 de agosto, a 121 años del Primer Congreso Sionista

En tiempos de ignorancia, cuando se confunde sionismo con
racismo y opresión (y hasta con nazismo), es necesario recordar el Primer
Congreso Sionista, realizado en Basilea por Theodor Herzl, el día 29 de agosto
de 1897, hace 121 años.
Sionismo antes de Herzl
La inmigración moderna de judíos europeos hacia Palestina
Otomana se inició en 1882 (algunos historiadores se refieren a 1881), y es
anterior a Theodor Herzl, a su obra “El Estado Judío” y al Congreso Sionista.
Influenciados principalmente por Leon Pinsker (y su obra, Autoemancipación), y
empujados por el antisemitismo, que resultaba en una ausencia de ciudadanía
plena y pogroms, una pequeña parte de los judíos de Europa Oriental decidió
trasladar su hogar a Palestina durante la década de 1880. Los pogroms y la
ausencia de derechos motivaron a cientos de miles de judíos a inmigrar, la
mayoría a EEUU. Otros eligieron Europa Occidental, América Latina y Australia
como destino. Y una minoría se decidió por la construcción de un hogar nacional
judío en la Tierra de Israel. Era la Primera Aliá (ola de inmigración judía a
Palestina), motivada por razones ideológicas en la era contemporánea).
Doce años después, el periodista y dramaturgo austro-húngaro
Theodor Herzl jamás había escuchado hablar de Leon Pinsker. Difícilmente
tendría mucha información sobre la Primera Aliá, ya que no conocía la realidad
de los judíos en Europa Oriental. Hasta 1894, Herzl, judío emancipado, miembro
de la elite austríaca, letrado y académico, nacido en el seno de una familia de
clase media e intelectualizada, creía que el mejor camino para los judíos era
emanciparse a las sociedades europeas, insertarse en las clases medias, y
comprender el judaísmo solamente como una religión puertas adentro. El
antisemitismo iba a desaparecer con el tiempo, tal cual iba a pasar (él creía)
con los judíos del ghetto. Se equivocó. El Caso Dreyfus, en 1894,
acontecimiento sobre el cual Herzl tuvo la oportunidad de escribir como
corresponsal en Paris, lo hizo hacer catarsis: ni siquiera en Francia, cuna de
la ciudadanía, primer país que otorgó a los judíos la ciudadanía de verdad, el
antisemitismo había desaparecido. Justamente al revés: el antisemitismo se
había reinventado, adquirido un nuevo carácter. El judío ya no era más el
enemigo de los cristianos (el Estado ahora era laico), sino que era ahora el
enemigo del propio Estado. El judío era el extranjero, no confiable. En una
supuesta guerra con otro país, el judío estaría siempre al lado de los otros
judíos, jamás de Francia, en el discurso del antisemita. Por otro lado, el
judío sirve como chivo expiatorio para cualquier necesidad, justamente como
Alfred Dreyfus en Francia. Los judíos eran apuntados por los antisemitas como
una nación adentro de otra nación. Herzl cambió de opinión, y dio la razón a
los antisemitas: la emancipación no era el camino para los judíos. Si las
naciones modernas eligen no absorbernos, debemos construir nuestro propio
Estado. Y con base en estas ideas, en 1896 escribió la biblia del sionismo: “El
Estado Judío”.
En dirección al Congreso
El libro de Herzl fue un suceso en el médio judío. No llego
a la mayoría de los judíos, es verdad, y tampoco fue bien recibido por la
mayoría de sus lectores. Sin embargo, tocó a muchos judíos descontentos y
visibilizó un destino sombrío, principalmente de los que vivían en Europa
Oriental. La idea de Herzl era actuar políticamente en bloque, trabajando junto
a las otras naciones por el derecho de los judíos de construir su Estado
nacional. El nacionalismo era la ideología del momento, diversos pueblos se
autoemancipaban nacionalmente. Países como Italia y Alemania fueron unificados
en esta época, también casi todos los países de América Latina, que se
volvieron independientes. El siglo XIX fue la primavera de las naciones, y con
los judíos no sería diferente. Palestina sería el camino natural, no solo por
el pasado judío en la región, sino por ser considerada un territorio poco
habitado.
Con el fin de desarrollar el movimiento, atraer a miembros y
tratar estrategias, Theodor Herzl decidió realizar un congreso, del cual
formarían parte delegados de todos los lugares donde habitaran judíos. Herzl,
entonces, se reunió con filántropos judíos a fin de recaudar fondos para la
realización del evento.
Curiosidad
Inicialmente, su deseo era realizarlo en Munich, Alemania.
Sin embargo, el rechazo de los líderes religiosos de la comunidad local (desde
reformistas hasta ortodoxos) lo obligó a buscar otro lugar. El temor de la
comunidad judía de Munich era que los alemanes comenzaran a ver a los judíos como
traidores de la patria, lo que interferiría en su situación de emancipados y
ciudadanos plenos.
Herzl, entonces, busco a Basilea como sede del evento,
apelando a la histórica neutralidad suiza.
El Primer Congreso Sionista
El local elegido fue el salón de conciertos del Casino
Municipal de Basilea. Participaron del evento cerca de 208 personas de 17
países, delegados representantes de 69 sociedades, sumados a unos pocos
invitados especiales y periodistas.
Curiosidad
Diez no judíos participaron del congreso, pero no tuvieron
derecho a voto. Las 17 mujeres participantes tampoco tuvieron el consentimiento
para participar de las decisiones democráticas (derecho conquistado ya en el
Segundo Congreso Sionista, al año siguiente). Parte de las mujeres participantes
estaban como acompañantes de sus maridos, mientras que otra parte compareció
como representante de sus comunidades.
Después de una solemne apertura, los representantes
oficiales llegaron con frac y corbata blanca. Nadie sabía que iba a suceder en
aquel encuentro, salvo su organizador, Theodor Herzl. El clima era de
aprensión, duda, y la sensación era de desorganización. Fue entonces que el
doctor Karpel Lippe, rumano, miembro más grande presente y perteneciente al
movimiento Jovevei Tzion, abrió el congreso con la bendición “sheejeianu”.
Lippe fue seguido de un discurso de Herzl, y todos paulatinamente
empezaron  a comprender de qué se
trataba. Entre otras cosas, Herzl se refirió a la unión que volvió a caracterizar
al pueblo judío, y solicito organización. También enfatizó que el sionismo ya
había tenido éxitos al conseguir unir a sectores modernos y conservadores del
judaísmo:
“El sionismo ya ha realizado una obra singular que antes se
creía imposible, y es la estrecha unión de los elementos más modernos del
judaísmo con los más conservadores. Como esto se consumó sin que ninguna de las
partes hiciera concesiones indignas y sin sacrificios intelectuales, constituye
una prueba más, si fuera necesaria, de la nacionalidad judía.”
Herzl valoró la inmigración, reconoció sus méritos por salir
de la inercia y hacer que los judíos vuelvan a trabajar en la agricultura, pero
dejó claro que esto por sí solo, no sería suficiente para resolver la cuestión
judía: la lucha política era necesaria.
Herzl también hizo un análisis sobre la situación de los
judíos en el mundo, reforzada por el siguiente discurso, del filósofo Max
Nordau. Más o menos 15 minutos de aplausos separaron los discursos, hasta que
Nordau pudo dar su visión sobre la calamidad que era la vida de los judíos.
Para Nordau, un 90% literalmente pasaba hambre y luchaba para sobrevivir,
mientras que el otro 10% había renunciado a sus antiguas características judías
para insertarse en las sociedades europeas, sin que las naciones los aceptaran
realmente. Tendrían perdido su lugar en el ghetto, sin que se les garantizara
un nuevo hogar. Fue también muy aplaudido.
Otros discursos fueron dados hasta el día 31 de agosto,
cuando se cerró el congreso con un debate grupal. El éxito ya estaba
garantizado.
El Programa de Basilea
Theodor Herzl fue elegido presidente del Congreso Sionista
Mundial. Eran también tres vice-presidentes (entre los cuales estaba Max
Nordau). Una comisión ejecutiva fue elegida, con miembros de varias
delegaciones. También fueron elegidos comités de medidas internas y de grandes
acciones para coordinar los futuros congresos.
Curiosidad
David Wolffsohn, sucesor de Herzl tras su muerte (en 1904),
sugirió que fuera colocada una bandera en la entrada del casino, para dar
identidad visual al movimiento sionista. Como la idea de Herzl de bandera
(fondo blanco con siete estrellas doradas, en alusión a las siete horas de
trabajo diario idealizados por el padre del sionismo político) no había sido
muy bien aceptada, decidieron colgar un “talit”. En el medio del talit, fue
pintada una Estrella de David, que dio origen a la bandera actual del Estado de
Israel.
El antiguo himno del movimiento de inmigrantes Jovevei
Tzion, Hatikvah (la esperanza) fue adoptado como himno del movimiento sionista.
Hasta hoy es el himno del Estado de Israel. Las colonias fundadas por los
inmigrantes de la Primera Aliá fueron absorbidas como parte del movimiento
sionista. Y fue creada la Organización Sionista Mundial (de la cual Herzl era
también el presidente).
Pero lo más significativo que ocurrió en el congreso fue la
adopción del Programa de Basilea, que consistía en cuatro pilares:
El sionismo tiene por objeto establecer para el pueblo judío
un hogar seguro pública y jurídicamente en Palestina. Para el logro de ese objetivo,
el congreso considera los siguientes medios prácticos:
1. La promoción de
asentamientos judíos de agricultores, artesanos, comerciantes en Palestina.
2. La federación de
todos los judíos en grupos locales o generales, de acuerdo con las leyes de los
diferentes países.
3. El
fortalecimiento del sentimiento y la conciencia judía.
4. Medidas
preparatorias para el logro de los subsidios gubernamentales necesarios para la
realización de los objetivos sionistas.
Las bases del sionismo político fueron trazadas.
Consecuencias
El Congreso Sionista cambió el status del sionismo en
relación al público judío mundial (europeo, principalmente). Si bien todavía no
había conseguido unir la mayoría de los judíos a su causa, se popularizo, logró
(aunque de momento sin gran fuerza) el apoyo de sectores religiosos, y,
principalmente, formalizó su actuación política.
Durante muchos años, el principal adversario del sionismo
venía de adentro del propio judaísmo. A pesar de que ninguna nación, de hecho,
jamás hizo grandes esfuerzos por la creación del Estado judío, la oposición al
mismo tampoco era visible.
Theodor Herzl falleció en 1904, un poco desilusionado con la
velocidad del proceso por la creación del Estado judío. A los 44 años, Herzl no
pudo ver más que la realización de cinco congresos y la creación de algunas
instituciones. Al salir del casino de Basilea, sin embargo, Herzl respiraba
optimismo. En su diario, el padre del sionismo político escribió las siguientes
palabras:
“Si tuviera que resumir el Congreso de Basilea en una
palabra, cosa que no voy a hacer abiertamente, sería así: En Basilea fundé el
Estado judío. Si tuviera que decirlo hoy, me recibiría la risa universal. En
cinco años, tal vez, y sin duda en 50, todo el mundo lo verá”.
20 años después, el Reino Unido, mayor potencia del mundo,
reconocía por medio de la Declaración Balfour, el derecho de los judíos de
constituir un hogar nacional en Palestina. 40 años después, en 1937, esta misma
potencia por primera vez sugiere la creación de un Estado judío con un mapa
delimitado por la Comisión Peel. 50 años después, en 1947, una Asamblea General
de la ONU votaba a favor del Plan de Partición de Palestina, por la división de
la tierra en dos Estados: uno árabe y otro judío. Herzl fue un verdadero
profeta de nuestro tiempo, cuando previó que en 50 años habría un Estado judío
aceptado por las grandes naciones, mucha gente dudó. ¿Alguien lo duda hoy?